Marvin de los Santos López

48 Años -

Marvin de los Santos López  

“Nos costó asimilar su muerte, queremos justicia”

 

Asesinado en Masaya el 19 de junio 2018 

Marvin de los Santos López tenía 48 años, era ingeniero agrónomo pero estaba desempleado y por el momento se dedicaba a conducir un taxi, como cadete. Era alegre, preocupado por los demás, tenía carisma y caía bien. “Todo mundo le hablaba y nadie se expresaba mal de él”, relata su esposa, Zobeida García Toledo.

Su hijo, Kevin Matías López García, estuvo con su papá en las barricadas en Masaya. Marvin había sido militante sandinista y luchó en la revolución. “Cuando empezó el incendio en la reserva Indio Maíz y después los muertos, él se disgustó mucho. No estaba de acuerdo con lo que hacía el gobierno, decía que él no había luchado por eso, que por sus ideales no podía apoyar la represión que sufrían los jóvenes. Decía que había muchos jóvenes en las calles protestando y muriendo injustamente”, recuerda Kevin. Por eso el padre “empezó a ir a las barricadas y regresaba de madrugada. Así, se fue involucrando cada vez más e iba más a los tranques”.

Kevin ofrece un relato detallado de lo ocurrido: “El 19 de junio empieza la Operación Limpieza y los paramilitares disparaban ráfagas sin parar. Empezaron a quitar el primer tranque que estaba en el Coyotepe y fueron avanzado hasta la rotonda San Jerónimo. Ellos van ganando  terreno y avanzando. Van poniendo francotiradores en la rotonda. Nosotros estábamos más expuestos en los dos tranques que estaban a la entrada, en una bajadita. Mi papá estaba en la segunda barricada, en la entrada a Masaya y se asomaba. En una de esas le dan en la mandíbula y mi papá cae. Corremos todos a levantarlo y socorrerlo, lo llevamos al puesto médico donde lo atienden, pero nos dicen que hay que trasladarlo al hospital. No lo podíamos sacar porque los paramilitares ya venían entrando, disparando como locos, le disparaban a todo lo que se movía, no les importaba si eran niños o lo que fuera. Las ráfagas partían los adoquines. Si nos quedábamos ahí, nos iban a asesinar o a secuestrar, entonces rompimos las paredes de una casa y después otra hasta que nos dieron lugar en una casa, en otro barrio. Ahí mi papa falleció. Tuvimos que esperar hasta que ellos avanzaran quitando tranques para poder salir y llevar su cuerpo a la casa. Cuando por fin pudimos salir, con miedo lo trasladamos, cruzamos tres calles y se oía la balacera por todos lados. Con ayuda de los demás anduvimos cargando el cuerpo hasta que logramos llegar a la casa”.

“Fue duro para mi mamá, para mi hermano y mi hija. Yo mismo no lo podía creer, me parecía mentira. Quería creer que estaba dormido y le hablaba.  Nos costó asimilar las cosas. Nosotros queremos justicia”, afirma el hijo.


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