Erick Antonio Jiménez López

33 Años - Obrero

Erick Antonio Jiménez López

“Reparación será aliviar un poco este dolor” 

 

Asesinado en Masaya el 17 de julio de 2018 

Nelly Grisselda López García fue la tía materna de Erick Antonio Jiménez López, pero dice que se criaron como hermanos porque tenían poca diferencia de edad y porque crecieron juntos al cuidado de sus abuelitos. El abuelo era barbero, la abuela costurera y entre los dos se hicieron cargo de las hijas y los nietos. Vivían en Monimbó y eran una familia unida: se ayudaban, compartían y trabajaban con la abuela en la costura y preparando los adornos para los vestidos. Después, cada uno fue haciendo su vida.

Nelly recuerda que Erick era un gran apoyo para todos en la familia. Cuando faltaba dinero él iba a conseguirlo, y para los cumpleaños de los niños hacían las celebraciones en familia. Amaba a su hijo Hamilton David, que recuerda que su papá lo llevaba a jugar béisbol y que entre muchos apodos le decían “Toro”, “Bambi” y “Machi”.

Después de bachillerarse, Erick entró a la Academia Militar donde estuvo unos seis meses y se salió, para empezar a trabajar en la Zona Franca. “Su deseo era que Nicaragua fuera libre. Él lloraba cuando regresaba del trabajo y oía que en Managua habían matado a fulano y en otro lado habían matado a otro”, dice Nelly López.

El 17 de julio, Erick salió para su trabajo con otros compañeros, pero cuando llegaron a las trincheras, los chavalos que estaban ahí les dijeron que los paramilitares estaban entrando a Monimbó y que los iban a agarrar afuera.

La tía nunca olvidará lo que le tocó vivir: “Erick se regresó llorando de enojo, de coraje. Su mamá le dio café y todos nos resguardamos en la casa. Se oía la balacera por el lado de MEBASA y los muchachos venían bajando, huyendo. Su hermana le dijo ‘venite para adentro’, pero él respondió que no se iba a quedar ahí, solo viendo… En eso la chavala dice ‘parece que es Bambi’. Cuando oigo eso me voy para afuera y veo a Erick ahí, en el suelo. Me tiré encima de su cuerpo, lo agarré, lo abracé. Yo sentía que las balas me pasaban por arriba. Estaba toda mojada por la sangre que le salía del pecho, donde le dio la bala. Me quedé así, abrazando su cuerpo para evitar que se lo llevaran. Mi marido me decía que me metiera, pero yo quería meter el cuerpo de Erick a la casa…”

Durante los minutos que Nelly permaneció cubriendo el cuerpo de su sobrino bajo la lluvia de balas, los paramilitares seguían disparando y gritaban: “Esa que muera como perro, como el perro que tiene a la par”. Los escuchó pero no se movió de lugar. En esos instantes ella solo pensaba en su mamá, cuánto iba a sufrir la abuela de Erick cuando lo supiera, porque ella no había tenido hijos varones “y el muchachito desde tierno le costó… era los ojos de su cara”. ¿Cómo decírselo? ¿Qué dolor sentiría al saber que su nieto adorado estaba muerto?

En un momento de distracción de los paramilitares, cuando vecinos orteguistas los llamaron para darles unos jugos, los muchachos auto-convocados le ayudaron a meter el cuerpo de Erick. Con la ayuda de su esposo y su sobrino lo colocaron sobre una tabla y lo llevaron dentro de la casa.

“Cuando mi mamá se dio cuenta se puso como loca, todos lloraban, no creían que él estuviera muerto. Yo sentí un gran coraje y me preguntaba por qué a él y no a mí… También yo estuve ahí, bajo las balas. Las balas me dieron la fuerza, el valor, el coraje que aún se siente en el corazón”, expresa Nelly.

Ahora ella solamente espera que haya justicia y reparación: “Justicia es identificar a las personas que les hicieron daño y reparación aliviar un poco el dolor que nos han causado. Y a partir de la memoria de lo que vivimos, preparar a nuestros hijos para un buen porvenir y para que no se repita… que nuestros muertos sean héroes para ellos. Porque esta lucha heroica y desigual fue de un pueblo que se rebeló contra este dictador”.


Quiero Conocer más