Teyler Leonardo Lorío Navarrete

Años - 14 meses de nacido

Teyler Leonardo Lorío Navarrete

“Te amamos por siempre, mi niño”

Asesinado el 23 de junio de 2018 en Managua

Los padres de Teyler Leonardo, una pareja joven, trabajadora, conformada por Nelson Lorío y Karina Navarrete, lucharon por largos cinco años para completar la familia y tener un hijo varón. A Karin le costó mucho quedar embarazada, él se hizo incluso los exámenes para ver si tenía problemas, pero nada. Al fin ese día llegó- Karina estaba embarazada- Nelson dice que sintió mariposas en el estómago, y decía que sea varón, que sea varón, yo lo pedía varón y pues gracias a Dios fue varón. Cuando nació, dice Nelson con orgullo, yo fui el primero que lo agarró y le di con una jeringuita leche, con ese cariño vino al mundo. Un niño muy querido. Su abuelo paternos lo cuidaba mientras Nelson trabajaba: el abuelo (falleció hace 1 año) era de los que se molestaba si no se lo llevaba, llegaba a buscarlo a la casa, se encariño con él.

Le decían “Titi” porque era una palabra que repetía mucho cuando aprendió a hablar, pero también lo llamaban “el negrito” y él siempre se carcajeaba cuando le hablaban con cariño. Karina su madre, dice que “siempre fue chiquitito”, era  un niño risueño, feliz. “Siempre en los buses iba sonriendo con toda la gente, casi nunca lloraba”. Ya hablaba bien y le gustaba comer de todo, “hasta sardinas”. Todavía no había aprendido a caminar, pero gateaba y le gustaba subirse a un carrito de plástico azul en el que podía pasar horas. Su padre  dice que lo que más recuerda de Teyler son sus colochos. “Me gustaba tocarle el pelo y sobarle la cabeza, nunca se le cortamos porque queríamos verle su cabeza llena de risos”. Era “una alarma” para sus padres. Se dormía a eso de las nueve de la noche, pero puntual a las cuatro y media de la mañana ya empezaba a moverse y gritar para que lo sacaran de la cama.

 

El carro azul en el que lo paseaban, su ropita, sus peluches, el carrito de baterías con el que jugaba y un pequeño lanzamortero hecho de plástico que le habían regalado, son guardados como “tesoros” por sus padres. Lo único que se llevó cuando lo enterraron fue un pequeño peluche de tigre amarillo con rayas negras del que no le gustaba despegarse. “Era su juguete preferido”, cuenta su padre.


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