Marcelo de Jesús Mayorga López

40 Años -

Marcelo Mayorga, el hombre de la tiradora

“Murió pidiendo libertad para Nicaragua”

 

Asesinado en Masaya el 19 de junio de 2018

Marcelo de Jesús Mayorga, habitante del barrio San Carlos de Masaya, tenía 40 años y era devoto de San Jerónimo. Todos los años participaba activamente en las festividades religiosas y ayudaba a cargar al Santo en las procesiones.

Había formado un hogar muy unido junto a Auxiliadora Cardoze y sus hijos Marcelo, de 18 años, y Ricardo, de 10. “Su papel de padre era más importante que todo lo demás. Le gustaba cocinar, pero lo tenía por obligación pues nos habíamos repartido las tareas de la casa y a él le tocaba la cocina”, cuenta la esposa. Durante la semana se dedicaba al comercio y los fines de semana eran para la familia.  Era alegre, solidario y le fascinaba el béisbol. Cada vez que podía iba con Ricardito al estadio a ver los partidos.

Masaya tenía un mes de estar en rebeldía y el 19 de junio muy temprano empezó un fuerte tiroteo. Había barricadas por toda la ciudad y los pobladores se defendían del asedio de la Policía, que había iniciado la llamada Operación Limpieza para recuperar el control de la ciudad. Marcelo Mayorga participaba en la protesta azul y blanco y esa mañana lo llamaron para darle sus morteros. “Antes de salir le dijo a su hijo mayor: ‘Ahí te dejo el desayuno’. Al menor le dijo que lo amaba y a mí me aseguró que ya regresaba”, dice Auxiliadora.

Recuerda que a las 11:25 habló con él y le pidió que se regresara a la casa, pero él le respondió que no podía, porque la Policía y las fuerzas de choque habían rodeado el lugar. Ella le rogó que se refugiara en una casa. En medio del tiroteo, llamó a su hijo menor y habló con él.

Los pobladores de Masaya estaban conectados por las redes sociales y ahí se informaban sobre los acontecimientos que ocurrían en la ciudad. Auxiliadora supo que su esposo había sido herido porque alguien subió la foto de un hombre tendido en la calle con su tiradora al costado y ella lo reconoció. “Cuando vi que era él, grité y me desmayé. Después busqué como salir para ir a recuperar el cuerpo. Una vecina me acompañó y con un pañal amarrado en un palito como bandera blanca salimos a la calle”, relata.

Cruzando barricadas, tubos y adoquines logró llegar al lugar donde habían tomado la foto, pero ya la barricada no estaba. La habían quitado y solo quedaban escombros. Ella se dirigió a los policías que estaban en el lugar para preguntar por los muchachos atrincherados. El policía contestó que “esos perros” no estaban ahí y que mejor no lo hubiera dejado salir. Fue entonces cuando vio el cuerpo de Marcelo a un lado de la calle, donde lo habían arrastrado para dejar libre el paso a las camionetas de la muerte. Se acercó, recogió su mochila, su gorra, la hulera y gritó pidiendo ayuda, pero nadie le respondía. Su grito de auxilio se mezclaba con el ruido de los disparos de fusil y la explosión de los morteros. Ninguna persona pudo llegar. La Policía no dejaba pasar ni a los bomberos.

Auxiliadora afirma que cuando fue a recoger el cuerpo, los policías y paramilitares le apuntaron con sus armas de guerra. Logró llevarse el cuerpo a casa en un carretón. Al día siguiente, 20 de junio, el cortejo fúnebre se dirigió al cementerio esquivando escombros y barricadas. Marcelo iba cargado en hombros por sus amigos, despedido por los chicheros con música de las procesiones de San Jerónimo.

Auxiliadora afirma que su vida cambió, que ahora es padre y madre y que tiene que trabajar más para sostener a la familia. “Marcelo murió pidiendo libertad para Nicaragua y no voy a descansar hasta que se haga justicia por el asesinato de mi marido y de todos los demás”, afirma con energía.


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