Alvaro Manuel Conrado Dávila

15 Años - Estudiante

Álvaro Manuel Conrado Dávila

“Me duele respirar…”

Asesinado en Managua el 20 de abril de 2018

Álvaro Manuel Conrado Dávila era estudiante del Colegio Loyola. Estaba en cuarto año de secundaria y se destacaba por su rendimiento académico, su solidaridad hacia sus compañeros y su participación en actividades deportivas y culturales. Era miembro del equipo de atletismo del colegio y había ganado tres medallas en carreras de 200 y 400 metros. Tenía mucha resistencia, pero como era el más pequeño del equipo competía con jóvenes mayores que siempre le ganaban. Él quedaba en segundo lugar, pero su profesor le decía que no se preocupara, porque cuando compitiera con otros de su edad estaría preparado para ganar. También le gustaba tocar guitarra y recibía clases durante la semana, mientras que los sábados iba a clases de inglés.

Con su papá, Álvaro José Conrado Avendaño, habían hecho planes. “Habíamos trazado una ruta por su buen promedio: cuando terminara la secundaria iba a gestionar una beca para estudiar en la UCA. Pensaba estudiar contabilidad porque era bueno en matemáticas, le gustaba la física y no tenía problemas con la química”, relata el padre. Su mamá, Lizeth Dávila Orozco, recuerda que Álvaro tenía dos opciones de estudio: Contabilidad, porque era buenísimo en matemáticas, y Derecho, porque alegaba y defendía lo que creía justo. “Él  quería siempre tener la razón, nadie le ganaba.  Sus amigos le decían que estudiara Derecho porque era hablantín y pleitista”, dice.

Doña Lizeth afirma que el sueño de Álvaro “era ser profesional para ayudar a su familia, quería estudiar para ser alguien en la vida y le decía a su hermana que estudiara mucho para salir adelante”.

En sus ratos libres le gustaba andar en patineta y disfrutaba viendo videos japoneses de anime. Era fan de Harry Potter, se sabía de memoria las seis películas y las volvía a ver continuamente. También le gustaban los videojuegos.

Su papá lo describe como un muchacho serio que hasta parecía huraño, pero cuando entraba en confianza era alegre y bromista: “Era hablantín. Cuando él estaba, sólo él hablaba. Cuando llegaba del colegio me buscaba y me contaba detalladamente lo que hacía allá… con quién platicaba, qué muchacha le gustaba, qué le había dicho el profesor… todos los días lo mismo. Después iba donde la abuela y le volvía a contar el cuento. Ahora que él no está, se siente un gran vacío”.

Para su mamá, Álvaro era sobre todo “un chavalo bastante humilde, no era exigente, se acomodaba con lo que sus padres le podían dar con sus recursos. Se preocupaba por sus amigos. Era risueño y solidario y cuando los veía tristes, los animaba. Era platicón y la profesora le decía que era levanta-masas, porque siempre hablaba y discutía en la clase lo que ella planteaba. Defendía sus ideales, defendía a los más débiles y ayudaba a los compañeros que tenían dificultades para que salieran bien en clase. Él se molestó cuando vio en le televisión que estaban golpeando a los viejitos y preguntó por qué estaban haciendo eso. Pensó en su abuelita y se puso muy incómodo”, recuerda la madre.

Cuando comenzó la represión del 19 abril contra los estudiantes,  Álvaro se preguntaba por qué los dejaban solos, por qué no iban a defenderlos. “Yo le recomendé que no saliera porque las calles estaban peligrosas, pero el 20 él se levantó más temprano y se fue a buscar a sus amigos de infancia para decirles que fueran a la protesta. Se fue con un compañero. Como acababa de cumplir 15 años, andaba dinero en su billetera y con ese dinero se fue a comprar agua para llevársela a los muchachos que estaban en la UNI”, agrega.

Doña Lizeth piensa que su hijo no previó el peligro y que por eso, cuando los muchachos de la UNI intentaron cruzar hacia la Catedral, un francotirador le disparó desde arriba. Lo subieron a una camilla improvisada para sacarlo del lugar. Un vehículo los recogió y lo llevó al hospital Cruz Azul, pero había orden de no asistir a los manifestantes y lo rechazaron. Lo llevaron al Bautista donde lo ingresaron de emergencia al quirófano pero ya era tarde para salvar su vida.

“Estamos esperando justicia. Exigimos saber la verdad y que se haga justicia. El crimen no puede quedar en la impunidad. Nos quitaron los más valiosos que tenemos, nuestros hijos. Quien dio la orden de disparar tiene que pagar su crimen. A mi hijo le negaron la atención médica. Tiene que pagar también el que no dio atención médica y cerró el hospital”, exige la madre de Álvaro Conrado.

Sus padres quieren que Alvarito sea recordado como un chavalo con muchos valores que protegía a las personas  débiles, un niño solidario que defendía sus ideales. Un niño que quería un futuro mejor para el país, quería una Nicaragua libre, sin dictadura. Días antes de morir, había escrito en su Facebook: “Somos Nicaragua, somos uno solo, nuestra bandera manchada de sangre de hermanos, somos nicaragüenses, contra eso no podrán jamás”.


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